lunes, 8 de junio de 2015

Estrés y alimentación


El estrés es una reacción del cuerpo frente a una amenaza o peligro. Se produce una liberación de hormonas que hacen que nuestro cerebro permanezca alerta de manera que los músculos se tensan y aumenta la frecuencia cardiaca. Todo el mundo ha experimentado esta sensación alguna vez y normalmente es a corto plazo ya que disponemos de la capacidad de manejar la situación que lo provoca y ponerle fin. Es bien sabido que el estrés mantenido durante un largo periodo de tiempo puede perjudicar la salud dando lugar a presión arterial alta, insuficiencia cardiaca, diabetes, obesidad, depresión, ansiedad, problemas menstruales y en la piel. Hay varios estudios que han demostrado que el estrés implica la aparición de alteraciones en la alimentación, por lo que he considerado adecuado realizar esta entrada.



En el año 2004, D.J Wallis y M. M. Hetherington realizaron un estudio en mujeres universitarias. El objetivo era observar las modificaciones que se producen en la alimentación durante periodos de estrés en función de la manera de comer (emocional o restrictiva. Podéis obtener más información en http://silvianutricio.blogspot.com.es/2015/05/que-factores-influyen-sobre-nuestros.html). Se produjo un incremento del 44% en la ingesta de las personas con mayores niveles de restricción respecto a emocional. También se observó un aumento de la ingesta en personas que habían hecho dieta alguna vez en su vida. El estrés se indujo mediante actividades a través del ordenador. Posteriormente, los autores citados anteriormente publicaron un nuevo estudio en una población similar que constaba de 2 partes. La primera demostró que 46,9% de los participantes comían más ante una situación de estrés frente a un 53,1% que disminuían la ingesta. Las que eran comedoras emocionales aumentaron su ingesta un 61,1% mientras que las que no lo eran, la disminuyeron un 64,4%. Además, incluir snacks en la dieta estaba relacionado con alimentación emocional. De forma general, los alimentos más consumidos eran las patatas fritas y las galletas. No se encontró ninguna relación del estrés y la alimentación restrictiva ni tampoco en relación al IMC. La conclusión fue que el estrés está asociado a un cambio hacia unos malos hábitos dietéticos. Conviene tener en cuenta que se llevo a cabo mediante un cuestionario. La segunda parte consistió en observar el comportamiento frente al estrés inducido en la ingesta de determinados snacks a los que tuvieron acceso. Vieron que cuanto mayor era el nivel de estrés, más se incrementaba el hambre, lo contrario que sucedió en las tareas de control. Las personas con mayores niveles de alimentación restrictiva evitaban en el consumo de chocolate y fruta deshidratada en un 31,8 y 33,2% respectivamente.

Por último, en el año 2012, Natalie Michels et al publicaron un estudio en población infantil (5-12 años). Se les pasaron diversos cuestionarios, algunos de los cuales fueron respondidos por los padres. Se observó que los niños que experimentaban más problemas tendían a comer más alimentos ricos en azúcar y grasas. Además, cuanto más frecuentes eran los episodios de estrés, menor era la ingesta de frutas y hortalizas. Como era de esperar, los resultados obtenidos solo fueron significativos en las niñas. Se estableció una relación entre el estrés y alimentación emocional, incluso con una dieta poco saludable. Es conveniente tener en cuenta las limitaciones del estudio ya que durante esta etapa de la vida son los padres quienes eligen la alimentación más adecuada y además los niños no siempre tienen acceso a la comida. Tampoco es aplicable a la población general debido a que los participantes eran de clase alta, por lo que las tasas de sobrepeso eran menores. Por eso, es necesario llevar a cabo más estudios en esta población.                  

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