El estrés es una reacción del
cuerpo frente a una amenaza o peligro. Se produce una liberación de hormonas
que hacen que nuestro cerebro permanezca alerta de manera que los músculos se
tensan y aumenta la frecuencia cardiaca. Todo el mundo ha experimentado esta
sensación alguna vez y normalmente es a corto plazo ya que disponemos de la capacidad
de manejar la situación que lo provoca y ponerle fin. Es bien sabido que el
estrés mantenido durante un largo periodo de tiempo puede perjudicar la salud
dando lugar a presión arterial alta, insuficiencia cardiaca, diabetes,
obesidad, depresión, ansiedad, problemas menstruales y en la piel. Hay varios
estudios que han demostrado que el estrés implica la aparición de alteraciones
en la alimentación, por lo que he considerado adecuado realizar esta entrada.
En el año 2004, D.J Wallis y M. M. Hetherington realizaron
un estudio en mujeres universitarias. El objetivo era observar las
modificaciones que se producen en la alimentación durante periodos de estrés en
función de la manera de comer (emocional o restrictiva. Podéis obtener más
información en http://silvianutricio.blogspot.com.es/2015/05/que-factores-influyen-sobre-nuestros.html).
Se produjo un incremento del 44% en la ingesta de las personas con mayores
niveles de restricción respecto a emocional. También se observó un aumento de
la ingesta en personas que habían hecho dieta alguna vez en su vida. El estrés se
indujo mediante actividades a través del ordenador. Posteriormente, los autores
citados anteriormente publicaron un nuevo estudio en una población similar que constaba de 2 partes. La primera
demostró que 46,9% de los participantes comían más ante una situación de estrés
frente a un 53,1% que disminuían la ingesta. Las que eran comedoras emocionales
aumentaron su ingesta un 61,1% mientras que las que no lo eran, la disminuyeron
un 64,4%. Además, incluir snacks en la dieta estaba relacionado con
alimentación emocional. De forma general, los alimentos más consumidos eran las
patatas fritas y las galletas. No se encontró ninguna relación del estrés y la
alimentación restrictiva ni tampoco en relación al IMC. La conclusión fue que
el estrés está asociado a un cambio hacia unos malos hábitos dietéticos. Conviene
tener en cuenta que se llevo a cabo mediante un cuestionario. La segunda parte
consistió en observar el comportamiento frente al estrés inducido en la ingesta
de determinados snacks a los que tuvieron acceso. Vieron que cuanto mayor era
el nivel de estrés, más se incrementaba el hambre, lo contrario que sucedió en
las tareas de control. Las personas con mayores niveles de alimentación
restrictiva evitaban en el consumo de chocolate y fruta deshidratada en un 31,8
y 33,2% respectivamente.
Por último, en el año 2012, Natalie Michels et al publicaron un
estudio en población infantil (5-12 años). Se les pasaron diversos cuestionarios,
algunos de los cuales fueron respondidos por los padres. Se observó que los
niños que experimentaban más problemas tendían a comer más alimentos ricos en
azúcar y grasas. Además, cuanto más frecuentes eran los episodios de estrés,
menor era la ingesta de frutas y hortalizas. Como era de esperar, los
resultados obtenidos solo fueron significativos en las niñas. Se estableció una
relación entre el estrés y alimentación emocional, incluso con una dieta poco
saludable. Es conveniente tener en cuenta las limitaciones del estudio ya que
durante esta etapa de la vida son los padres quienes eligen la alimentación más
adecuada y además los niños no siempre tienen acceso a la comida. Tampoco es
aplicable a la población general debido a que los participantes eran de clase
alta, por lo que las tasas de sobrepeso eran menores. Por eso, es necesario
llevar a cabo más estudios en esta población.
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