Durante los últimos años, el consumo de congelados ha aumentado de forma
considerable debido a la vida tan ajetreada que tenemos. No es extraño que
la población se pregunte si este tipo de productos poseen las mismas
características que los frescos. Por eso, a lo largo de este artículo, vamos a
comentar el proceso, las ventajas e inconvenientes, los efectos que se producen
en los alimentos y os proporcionaré algunos consejos de preparación previa y en
el momento de descongelar.
Congelar implica almacenar todo tipo de comestibles a una temperatura
de -18ºC para conservarlos durante meses en un envase adecuado. El objetivo
es mantener las mismas características y propiedades del producto antes de ser
sometido a esta técnica. ¿Y cómo se consigue? Solo hay que saber manipularlos
correctamente. En el ámbito industrial es fácil debido a la gran cantidad de
maquinaria de la que disponen. Y ahora es cuando preguntaréis, ¿Y en casa? Es
posible, aunque algunos factores no podremos controlarlos.
Una vez lista la comida, tras
someterla a un proceso previo, y colocada en su recipiente, se introduce en el
congelador. A medida que transcurre el tiempo, se forman pequeños cristales de
hielo que se unen para formar otros más grandes. Lo ideal es que se generen
homogéneamente y a una velocidad lenta para que sean redondeados. De lo
contrario, se producirán en forma de agujas y como consecuencia se romperán las
estructuras del producto, generando un exudado al descongelarlo. Conviene
puntualizar que el número, la forma y el tamaño de los cristales varía entre las
distintas zonas, pudiendo modificarse en cualquier momento. Otro fenómeno que
se origina es la deshidratación, lo que conlleva una pérdida del peso.
Llegados a este punto, ¿qué cambios experimentan los alimentos de
partida? ¿Ejerce algún impacto sobre sus características organolépticas o en el
contenido de nutrientes? Dependerá de la composición y estructura del tipo
de ingrediente. Anteriormente, hemos comentado que los cristales de hielo
ocasionan cambios en la textura y la turgencia de los vegetales a causa de la
deshidratación. En cambio, no sucede en los alimentos de origen animal ya que
los tejidos son más flexibles. Es necesario destacar que las emulsiones o las
espumas se desestabilizan en caso de que la velocidad sea lenta. Por eso, las
empresas productoras utilizan crioprotectores que retienen el agua y se evitan
los problemas ya mencionados. Otro efecto es el aumento de volumen que es
proporcional al contenido en agua. Por este motivo, las grasas se contraen. ¿Y qué pasa con el valor nutricional? Las pérdidas son mínimas, y si las hay nos referimos
a las vitaminas y los minerales hidrosolubles que son el resultado de la
deshidratación por el agua congelada o por la descongelación. Si queréis que aun sean menores, seguid las
recomendaciones que os pongo a continuación (y que son usados por las
empresas).
- Escaldar las verduras. Tan solo hay que ponerlas en agua hirviendo durante un periodo muy corto de tiempo (2 min aprox.). Permite inactivar las enzimas responsables de su deterioro. Normalmente se le agrega también ácido ascórbico que se encuentra en la naranja y el limón para conservar el color. El único inconveniente es la reducción del contenido de vitamina C, que es proporcional al tiempo. No ocurre lo mismo con la carne ni el pescado. Y vigilad que no haya fluctuaciones en la temperatura ya que incrementa las pérdidas. Se obtienen mejores resultados en las de colores más intensos y mucho aroma. Y si además, las cocinamos con menos agua o sin, todavía se conservan mejor.
- Edulcorar las frutas ya que permite conservar el color, la apariencia y el sabor. Normalmente se le agrega también ácido ascórbico que se encuentra en la naranja y el limón. Es importante tener en cuenta que la mayor parte se utilizan para elaborar conservas, confituras, zumos, guarniciones de tartas o añadirlas en los yogures.
- Congelar las salsas aparte por la alteración que sufren de la consistencia. Y el recipiente conviene llenarlo dejando un par de centímetros vacíos.
- Retirar la grasa, la piel y los huesos de la carne antes de introducirla en el congelador. Guardarla en porciones individuales.
- Desescamar, destripar, separar la cabeza, lavar y secar el pescado. Envasar de la misma forma que la carne.
- Evitar congelar el pescado azul ya que su mayor contenido en grasa, sobretodo polinsaturada no soportan bien la congelación.
¿Y qué pasa con los huevos? La cáscara se rompe si están enteros. Lo
mismo les sucede a las yemas. Las claras pueden ponerse en un bote de cristal. Otra
opción es batir cada parte juntas o por separado.
Otros consejos:
- Utilizar bolsas de congelación o recipientes rígidos en caso que contengan líquidos, quitando el máximo aire posible.
- Dejar para el final la compra de estos productos para mantener la cadena del frío. Y una vez lleguemos a casa, guardarlos rápidamente. Si no se alterarían las cualidades.
- No sobrepasar la fecha de mantenimiento en frío. Por norma general, suele ser de 6 meses a un año.
- Descongelar los alimentos en la nevera. Evitaréis que se multipliquen los microorganismos.
- Seguir las instrucciones del envase a la hora de cocinarlos.
- Etiquetar con la fecha.
Y por último, posee las ventajas
que no se añaden ni elimina ningún componente al producto de partida, tampoco
se altera el sabor ni el aroma, ni se reduce la digestibilidad. Y apenas se producen
pérdidas de nutrientes. Suponen un ahorro de tiempo y dinero y son fáciles de
preparar. Por el contrario, el principal inconveniente es que no se produce la
destrucción de los microorganismos, es decir, solo inactivamos su acción y
retrasamos el deterioro del alimento. Además, tampoco se eliminan las esporas y
sus toxinas y un mal sellado o uso del recipiente puede provocar la
deshidratación del producto.
En conclusión, no hay motivo para desconfiar de los
alimentos congelados, sobretodo en cuanto a nutrientes. Apenas se observan
cambios frente a los frescos si se realiza en las condiciones adecuadas. La mayor
ventaja es que garantizan la seguridad en la lucha contra los microorganismos.
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